¿Cuál es el origen de la patata? Su historia y por qué al principio no fue aceptada.

Es muy probable que algunos de nuestros antepasados hayan sobrevivido en España y Europa gracias a que Colón trajera uno de los secretos mejor guardados en la recién descubierta América: la patata.

El origen de la patata data desde hace unos hace 8.000 años en las zona andinas más elevadas, los lugareños la cultivaban de forma regular. Al estar exento de impuestos o requisas era un seguro de vida para los pobres campesinos, de ahí su importancia en la dieta diaria de estos.

Los primeros europeos que probaron la papa, en primer momento cocida fueron los soldados que acompañaron al explorador español Gonzalo Jiménez de Quesada, en 1537.

Su introducción en la península en 1560 fue realizada por Pedro Cieza de León en su pequeña nao llamada La Galeota, en la que cargó una docena de toneladas de patatas juntos a unas mazorcas de maíz. Al llegar a Sevilla a la Casa de Contratación, los inspectores le reprocharon la inutilidad de las dos alternativas gastronómicas (patata y maíz) invalidando cualquier interés comercial. Pero el navegante español decidió guardarse varios kilos de ambas al objeto de cultivarlas en la alquería de sus padres en Llerena (Badajoz).

Esta decisión supuso con el paso del tiempo la garantía solvente de una economía estable para sus progenitores ya fuera a través del trueque o la venta. Pero habría de pasar más de un siglo hasta su consumo se popularizara, y esto, sucedería porque la realeza puso de moda su consumo.

 

 

Contra la hambruna

La historia de la patata en España y Europa está estrechamente vinculada al hambre, ya que desde el principio fue usada como remedio terminal para paliarla en situaciones extremas en las que ignorando sus propiedades, la ingerían como recurso último de supervivencia. La entrada en Europa no fue tampoco exitosa, ya que era considerada una planta ornamental ya fuera en interiores o en los jardines de la aristocracia, desechando el tubérculo.

En consecuencia, salvo las personas más pobres de la sociedad que la consideraban alimento como último recurso, su implantación como elemento nutritivo tardaría en llegar.

En la península su cultivo inicialmente se circunscribió a zonas minifundistas como alimento alternativo al trigo, aunque su producción era muy reducida en relación con sus potencialidades como alimento de choque.

Sus infinitas propiedades y posibilidades

Lo que nos comemos es el tallo subterráneo de la planta y no el fruto. El tubérculo es abultado y atesora abundante vitamina C, potasio, fósforo, magnesio, hierro, calcio y sodio. Si además cuenta con un gran poder saciante, que contiene un 82% de agua, con potentes elementos diuréticos y un tránsito pacifico por el estómago, se trata de un alimento redondo indispensable en nuestra dieta diaria.

Los incas se manejaban -ya en su momento-, con las mencionadas variedades adaptadas a la vasta elección climatológica de aquel extenso imperio, cultivándolas ya fuera junto a los desiertos costeros así como a alturas que rozaban los 4.000 metros en cotas aparentemente impracticables del área circundante cercana al mágico lago Titicaca. Aparte de como hortaliza, tiene muchas aplicaciones, tales como la producción de almidón, harina de fécula y alcohol, como es el caso del vodka ruso y orujos irlandeses que proliferan en una vasta red de clandestinos alambiques domésticos por todo el país como si de setas se tratara.

No obstante, fue a finales del siglo XVIII cuando Antoine Parmentier, farmacéutico, químico e ingeniero agrónomo, prisionero de los alemanes en la Guerra Franco-Prusiana, el que estando en cautiverio descubrió que aquel modesto tubérculo tenía unas propiedades espectaculares y más, si se le añadía mantequilla y leche. El puré hacia su aparición estelar en las mesas de las gentes con posibles, perdiendo su halo o maldición de comida para pobres. Pronto, en Francia, inmersa en una alarmante escasez de alimentos y sumida en una atroz hambruna por el abandono de los campos durante la guerra, las autoridades se dieron cuenta de que aquel humilde producto, podía sustituir algo tan esencial como el pan cuando escaseaba el trigo.

En España en las zonas del sur y centro los cultivos mediterráneos como el trigo, olivo, vid y legumbres varias eran los protagonistas. Por el contrario, el norte estaba en desventaja ya que estos cultivos se adaptaban con dificultad a su clima húmedo. Los cultivos de procedencia transatlántica cambiarían de forma radical el escenario agrícola y mercantil de la cornisa norte, solucionando su problema histórico con la aparición de las patatas y el maíz. Gracias a ellas se lograría un importante crecimiento poblacional, permitiendo a su vez un aumento de su peso político e industrial.

De ahí que podamos considerar la patata como un elemento gastronómico revolucionario que, a pesar de sus efectos retardados en cuanto a su implantación, ocasionaría una auténtica revolución agrícola, a la zona norte de la península y la mayoría de los países europeos.

Algunos países como Irlanda aceptaron la patata convirtiéndose en el sustento principal. En España, en cambio, el éxito de la patata llegó un poco más tarde, a finales del XVIII. Por eso, aunque parezca mentira, nuestra querida tortilla de patata es una receta relativamente nueva que data de 1798.

Sea como fuere, la patata ha llegado hasta nuestros días siendo uno de los alimentos más consumidos y apreciados del mundo. Rica, nutritiva y saludable, la patata está incluida en innumerables recetas de nuestra rica cocina mediterránea.